Desperté temprano, me bañé y esperé a que todos estuvieran listos para ir. Hoy al menos conocería algo más que la plaza de Aplao, también iría a ver los dinosaurios, tenía muchas ganas de ir sin saber exactamente por qué.
Aplao es una ciudad muy pequeña que incluso se reduce a unas 10 calles como máximo, en la que el centro de reunión y diversión, es la plaza central, en la que mi tío está construyendo una pileta y es por este motivo que van con mucha frecuencia y estos dos días seguidos hemos estado yendo con ellos.
En cuanto terminamos el desayuno, salimos al viaje que demora 2 horas de ida y 2 de vuelta. El paisaje es verdaderamente hermoso, pero estoy segura que de verlo todos los días terminaría siendome rutinario como mi caótica Lima. Por ahora, trato de disfrutarlo al máximo y sacarle la inspiración posible, aunque últimamente mis versos no son de lo más alentadores.
La camioneta se estacionó en el lugar de costumbre y primero bajó mi tío, luego mi primo y finalmente mi hermano y yo. Nos congregamos en la pileta cercada por largos palos de madera y plástico alrededor. Los mosquitos nos carcomían la piel, sacandole provecho a nuestra sangre, bueno yo fui la menos perjudicada aunque aún conservo las marcas de las picaduras de ayer.
Jugabamos a jalarnos los cachetes y niñerias que son parte de nuestra forma de ser, al menos así fuimos siempre mi primo y yo, molestarnos es parte de nuestra rutina diaria. ¿Vamos al río? Sonreí y la pregunta resonó un poco, esperé y la respuesta fue afirmativa. Hoy no solo iría al parque jurásico sino también a conocer el caudal del río Chili.
El trayecto era relativamente largo, unas 5 cuadras, claro que era pura pista y arboles alrededor, chacras y vacas espantando con la cola las moscas que las perseguían en una inmundicia de desperdicios. Recogí una flor violeta en el camino, esperando llevarsela de recuerdo a alguien a quién le prometí un regalo, pero se marchito en la ida y vuelta de nuestro paseo. Mientras caminabamos, César iba contando historias de aquel pueblo que era demasiado pequeño en comparación de cualquier ciudad, pero que según dice, tiene las mujeres más bellas, las majeñas; sin embargo yo no vi ninguna muchacha bonita, pero eso queda a criterio de cada uno.
Jugabamos a jalarnos los cachetes y niñerias que son parte de nuestra forma de ser, al menos así fuimos siempre mi primo y yo, molestarnos es parte de nuestra rutina diaria. ¿Vamos al río? Sonreí y la pregunta resonó un poco, esperé y la respuesta fue afirmativa. Hoy no solo iría al parque jurásico sino también a conocer el caudal del río Chili.
El trayecto era relativamente largo, unas 5 cuadras, claro que era pura pista y arboles alrededor, chacras y vacas espantando con la cola las moscas que las perseguían en una inmundicia de desperdicios. Recogí una flor violeta en el camino, esperando llevarsela de recuerdo a alguien a quién le prometí un regalo, pero se marchito en la ida y vuelta de nuestro paseo. Mientras caminabamos, César iba contando historias de aquel pueblo que era demasiado pequeño en comparación de cualquier ciudad, pero que según dice, tiene las mujeres más bellas, las majeñas; sin embargo yo no vi ninguna muchacha bonita, pero eso queda a criterio de cada uno.
Llegamos al puente, que atraviesa el río y por el cual solo transitan carros y personas en una mínima cantidad, nos quedaríamos en la orilla mirando como el río arrastraba todo a su paso, últimamente ha crecido con gran voracidad. Dicen que cruzando el puente, por entre los cerros hay un pueblo pequeño, conformado por brujas que a cualquier hombre a la vista, terminan por enamorarlo con su belleza y haciendolo quedar de inmediato y sin retorno alguno a la ciudad. La historia era verdaderamente fabulosa, pero...¿Cómo sabían de eso si ningún hombre logra escapar?, es extraño, pero no quise cuestionar en este momento, sobre todo porque el paisaje era maravilloso y porque no había más que abrir los ojos para poder ver lo que uno suele soñar. Caminamos de regreso al carro, observando atentamente el como el cielo daba giros a nuestro cabello y paseaba las hojas caidas por el intermedio del suelo y el cielo, llevandolas a un lugar desconocido.
A las 12.30 sueles ya no encontrar almuerzo en Aplao, así que teníamos media hora suficiente para poder encontrarlo. Se suponía que hoy habría chupe de camarones, sin embargo no hubo y otra vez comimos caldo blanco. Jugabamos a empujar los codos para que la comida se resbalara de nuestra boca y poder reirnos entre dientes, mi codo estaba algo lejano al d mi primo por lo que había de usar tecnicas mayores, la mano. Casi a las 2 ya no teníamos nada que hacer y estabamos en el carro, durmiendo, pensando y contemplando rostros que veríamos en toda la semana o quizá por más tiempo. Debía preguntar si iríamos al parque jurásico, eran casi las 3 y mi tío había dicho que estaríamos en Arequipa a las 5, así que no quedaba mucho tiempo, teníamos una hora aproximadamente para disfrutar de las huellas de dinosaurio. - No vamos a ir a ver las huellas de dinosaurio?- pregunté algo temerosa porque mi primo había estado algo enojado después de la última conversación con mi tío, - ¿Quieres ir?- dijo él, y yo respondí afirmativamente dandole enfasis a mi sí con el movimiento vertical de mi cabeza.
Según mis calculos era solo 20 minutos hasta el parque jurásico. Nosotros lo hicimos en 10 minutos, mi primo corre tan rápido en la camioneta que casi no sientes el aire en tus pulmones sino un fuerte golpe del viento en tu rostro y en el cabello. Estacionarse fuera era una buena opción, pero podíamos ir con la camioneta por el parque jurásico, pues aparentemente había mucho camino que subir, hacia la punta del cerro.
El carro nos sirvió de mucho, llegamos rapido y pudimos posar al lado de un dinosaurio algo improvisado, mientras mi hermano metía su cabeza en el hocico del dinosaurio, yo sacaba la lengua como la mueca de aquel mastodonte y mi primo se limitaba a posar diferente, no es muy bueno con la cámara. Subimos otra trocha más y llegamos al fin de la subida, era hora de caminar hacia la punta del cerro para ver las huellas, así fue, caminamos mucho y escalamos una subida que no tenia más que piedras y arena, fue fácil llegar hasta la puesta central y tomarle fotos a las huellas, pero...mi primo optó por ir más lejos, por un camino que tenía algo de estrecho y diferente, aunque a su vez te llevaba a un paisaje inexplicablemente hermoso.
CAminó junto con mi hermano, mientras yo me limitaba a mirarlos desde el puesto central, esperando que regresaran, no soy buena con las alturas y menos cuando de un lado está el abismo y del otro la bajada llena de cactus, era como entregarse a la muerte y yo todavía quería vivir. Estaban llegando ya al punto final, cuando me llamaron para ir ¿Yoooo?, este, no mejor me quedo, era bueno pensar eso, pero y ¿Por qué no arriesgarse?. Lo pensé bien y cuando vi que no estaban tan lejos decidí ir en busca de ellos, me safé de la cerca que me separaba de su paisaje y salí caminando por el sendero estrecho. Los primeros cinco minutos no fueron dificiles, caminé muy segura de lo que pisaba y de a dónde iba. Cuando me faltaban menos de 3 metros para llegar a ellos, el viento comenzó a correr con una voracidad tremenda, como queriendo botarme para cualquier lado, pero botarme sin reparo alguno. No por Dios que había hecho, estaba en medio de un cerro debatiendome el dar un paso más o quedarme ahí mirando mi vista reducida. No pude moverme y traté de fijar mis pies a lo que pisaba. Mi primo se percató de mi inmovilidad y recorrió el camino de regreso hacia donde estaba yo. A los dos minutos su mano estaba extendida delante de mí, esperandome para seguir el trayecto, todavía faltaban unos 10 minutos para llegar al punto que habían descubierto.
Sencillo, no fue para nada, pero fue una de mis mejores experiencias, pude recorrer el camino, tropezandome y resbalando con piedras en el camino, pero mi primo estaba ahí para evitar que me cayera asi que no tenía tanta preocupación, excepto que él se cayera conmigo y no hubiera un muerto sino dos. Supo como conducirme por el sendero estrecho, ayudarme a bajar y no dejarme vencer por el miedo en ningun momento; a los 10 minutos estaba parada en una puesta que solo tenía un camino de regreso, el ya antes recorrido, mirando como el viento golpeaba las palmas pegadas en el techo y dandole un matiz diferente a las fotos que tomaba.
Sencillo, no fue para nada, pero fue una de mis mejores experiencias, pude recorrer el camino, tropezandome y resbalando con piedras en el camino, pero mi primo estaba ahí para evitar que me cayera asi que no tenía tanta preocupación, excepto que él se cayera conmigo y no hubiera un muerto sino dos. Supo como conducirme por el sendero estrecho, ayudarme a bajar y no dejarme vencer por el miedo en ningun momento; a los 10 minutos estaba parada en una puesta que solo tenía un camino de regreso, el ya antes recorrido, mirando como el viento golpeaba las palmas pegadas en el techo y dandole un matiz diferente a las fotos que tomaba.
Hora de regresar. Subimos el estrecho camino, llegamos a la punta del cerro y les tomé fotos con una vista panoramica y esplendida de una ciudad que nunca antes en mi vida había visto, pero que empezaba por gustarme. No voy a negar que de regreso casi me caigo, pero tuve manos para ayudarme y brazos para sostenerme. Llegamos a las huellas, lugar del cual habíamos partido antes, para poder descender por aquella vereda inclinada que solo se bajaba agarrado a sogas y con mucha destreza, destreza que por cierto me sigue faltando. Preferí bajar agarrandome de las vallas de madera clavadas al suelo, que estaban separadas cada una por un metro, bajando con delicadeza pero resbalando en varios intentos, por lo que tuvieron que ayudarme a bajar y aunque mi primo terminó con las manos un poco heridas por la soga, ya que hizo el doble de fuerza, logramos bajar ambos hacia el camino principal.
No quedaba mucho por ver, mas me quedaba espacio en la cámara y fotos podían haber muchas. Descendiendo por un sendero más amplio se me resbalo un pie y terminé por darme cuenta que iba a caer directamente de bajada hacia el limite final que no lograba ver, cogí lo primero que encontre detrás mío sin percatarme que no era ni mi primo, ni mi hermano, ni alguna valla de madera; sino unos cactus sujetados al suelo. En cuanto sentí su punzante dolor en la palma de mi mano, solté lo que había cogido y me estabilicé en mis pies y en el apoyo que llegaba desde atrás. Tenía un orificio de donde salía la sangre, no era nada para asustarse, pero dolía peor que una inyección. Subímos al carro y mientras me limpiaba la mano, descendimos a terminar de ver el resto de dinosaurios, bueno era uno el que faltaba en realidad y una cueva que era más pequeña que mi baño. Nos tomamos fotos en todo lado para el recuerdo de esta visita anhelada, soñada y algo dolorosa pero que bien valió la pena.
La bajada en carro fue más sencilla y finalmente nos quedamos con el aire fresco suspirando en nuestro pecho, las fotos guardadas en la memoria de mi cámara, y con marcas que jamás se borrarán de mi cabeza porque siempre las podré ver cuando quiera volver a soñar, cuando quiera volver a vivir en el mundo de ilusiones que a veces fabrico y que a veces se convierte en realidad.
lea su biblia.Saludos.
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